El Gran Arbol

Sientense a contemplar el Gran Arbol

Grandioso, sin duda alguna, es este arbol. A mucha gente le encanta este sitio para poder pensar y reflxionar. Es un sitio muy tranquilo. Te puedes sentar en una de sus enormes ramas y dejar que el velo mágico de Alis Lithban te ayude a superar tus problemas.

Acabo allí, como no. Necesitaba reflexionar, y claro, era una feérica. Que bueno era tener un bosque al lado.
Alzo el vuelo y me sento en una de las ramas más altas, tumbándome sobre ella y dejando caer una pierna.
Aquello se estaba complicando, me estaba llevando demasiado tiempo. Y Ellos no lo aceptarían, claro que no.
Cierro los ojos, contrariada. No estaba acostumbrada a fallar. Con lo sencilla que parecía la misión.
Paso las manos bajo la cabeza y me quedo un rato mirando el cielo.
Además, para mejorarlo, aquel lugar era muy aburrido. Una Directora estúpida y un alumno de lo más imbecil. Habría que andarse con cuidado no obstante, más por Dominic que por Michelle.
Suelto un largo suspiro.

Miro al celeste que acaba de llegar sorprendida. Los celestes jamás forman parte en una guerra y él estaba allí, en una torre renegada.
Me encojo de hombros. Sus motivos tendrá.
Me siento en la rama del árbol y balanceo las piernas como una niña pequeña.
- Buenos días- le dedico una amplia inquietante.

- Por supuesto.
Bajo volando para quedar a su altura, todavía moviendo las alas para no tocar nada más.
- ¿Qué hace un celeste en un lugar como este?
Estoy muy cerca de él y le dedico una sonrisa lobuna.

- He preguntado yo primero.- pero no me molestaba contestar.- Me aburría y es que mi pueblo no entendía mis ganas de mutilar, saquear, destruir, matar.- añadí, encogiendome de hombros como una niña buena.

Moví un poco más las alas.
- Creo que tienes una idea pésima sobre los feéricos.
Me senté a su lado, bastante aburrida.
- Soy Eline- bostecé.

No lo miré.
- Nathan...- murmuré para mí.
Me recordaba a alguien pero... no, era imposible.
- Entonces creo que deberías camibar de opinión sobre nosotros, puesto que la opinión de los yan no es muy acertada que digamos.

Me encogí de hombros.
- No puedo responder a eso, yo no soy igual que los demás- volví a dedicarle esa sonrisa inquietante.
Con toda la rama para mí solita, me timbé y cerré los ojos, dejando caer una pierna.
- ¿Qué hay de su don?

Lo miré durante un largo segundo. Aquel chico era bastante divertido. Quizás valiera la pena.
- Pienso que los de mi raza son débiles, tanto o más que todos los demás. Pienso que no merecen perdón, pero tampoco ser destruidos. Los demás feéricos no esperan nada a cambio de lo que dan, como vosotros, los celestes. Y eso es una cosa que odio. ¿Por qué preocuparse por los demás? Ellos jamás lo harán por ti.- suspiré- No pienso nada concreto sobre los de mi raza. Simplemente me son indiferentes.
Reí ante su comentario.
- Me refiero al don de los celestes. Ah y tutéame.

Negué.
- No, Nathan, el que antes creía mi pueblo es débil. Y no solo ellos plataron cara al imperio de lo sheks, hubo muchas más raza que lo hicieron. Todo ser que se deje llevar por sentimientos como la admistad, el honor o el amor son débiles y se dan cuenta cuando es ya demasiado tarde- me encogí de hombros- Los de mi raza tienen demasiado amor a la naturaleza. Darían su vida por algo que no vale la pena.
- La empatía- contesté.- ¿La utilizas? Debe ser muy divertido.

Lo miré fijamente, con una sonrisa divertida. Había dado en el clavo.
- Entonces tú también eres un ser débil.
Estiré las alas, ya entumecidas de estar tanto tiempo sentada. Las moví ligeramente y me posé sobre él suelo, muy cerca de él y mirándolo a los ojos.
- Sí fueras fuerte podrías sentir todo aquello y divertirte pensando que estás arrebatando la vida de una persona. Si fueras fuerte podrías aguantar el dolor de esta y deleitarte al saber que estás haciendo sufrir.
Me engoí de hombros y empecé a caminar dándole la espalda.
- Pero parece ser que no lo eres.
Alcé el vuelo y lo miré unos metros por encima del suelo.
- Me aburro.

Me acerqué a sus labios, pero ni de lejos los iba a besar.
- Pruebame- susurré.

Reí y eché a volar, sentándome en una rama y moviendo las piernas como una niña pequeña.
- Claro que se puede- formé una sonrisa lobuna.
Me estiré y bostecé.
- Me aburro.